sexta-feira, 15 de junho de 2012

Benfica em Moliére (O misantropo ou o atrabiliário apaixonado)



«ACTO PRIMERO


ESCENA PRIMERA
Filinto, Alceste


FILINTO
¿Qué es lo que pasa?
ALCESTE (sentado)
Dejadme, os lo ruego.
FILINTO
Pero, una vez más, decidme qué extravagancia...
ALCESTE
Dejadme aquí, os digo, y corred a ocultaros.
FILINTO
Pero al menos escucha uno a la gente, sin enojarse.
ALCESTE
Pues yo quiero enojarme y no quiero escuchar.
FILINTO
No alcanzo a comprender vuestros repentinos enfados, y en fin, aunque amigos, soy de los primeros...
ALCESTE (levantándose bruscamente)
¿Yo, vuestro amigo? Quitáos eso de la cabeza. Notoriamen­te lo he sido hasta hoy; pero después de lo que acabo de ver manifestarse en vos, os declaro sin más que he dejado de serlo y que no quiero sitio alguno en corazones corrom­pidos.
FILINTO
¿A vuestro paracer, soy, pues, muy culpable, Alceste?
ALCESTE
Vaya, deberíais moriros de pura vergüenza; semejante proceder es inexcusable, y cualquier hombre de honor se escandalizaría de él. Os veo abrumar a un hombre con aga­sajos, testimoniarle la mayor afección; con protestas, pro­mesas y juramentos acompañáis el furor de vuestros abra­zos, y cuando os pregunto luego quién es ese hombre, apenas
podéis decirme cómo se llama; vuestro entusiasmo por él decae al separares, y a mí me lo dais como indiferente. ¡Pardiez!, es una cosa indigna, cobarde, infame, rebajarse así hasta traicionar la propia alma; y si por desgracia hubie­ra hecho yo otro tanto, iría a ahorcarme al instante, de remordimiento.
FTLINTO
Por mi parte, no veo que el caso sea de horca, y os supli­caré no tomar a mal que me conceda gracia en vuestra sentencia, y que no me ahorque por esto, si os parece.
ALCESTE
¡Qué poca gracia tiene la broma!
FILINTO
Pero, seriamente, ¿qué queréis que se haga?
ALCESTE
Quiero que haya sinceridad y que, como hombres de honor, no pronunciemos palabra en la que no creamos.
FILINTO
Cuando un hombre viene a abrazaros lleno de gozo, es preciso pagarle en la misma moneda, responder lo mejor posible a sus manifestaciones, y devolver promesa por pro­mesa y juramento por juramento.
ALCESTE
No, yo no puedo soportar este cobarde proceder que afecta la mayoría de vuestra gente a la moda; y nada odio tanto como las contorsiones de todos esos grandes artífices de protestas, esos afables donadores de frívolos abrazos, esos obsequiosos habladores de palabras inútiles, que asaltan a todos con sus amabilidades y tratan en la misma forma al hombre de mérito y al tonto. ¿Qué ventaja hay en que un hombre os agasaje, os jure' amistad, fidelidad, celo, estima, ternura, y os haga el más deslumbrante elogio de vuestra persona, si corre a hacer lo mismo con el primer pelele? No, no, no existe alma un poco bien puesta que acepte una estimación tan prostituida; y la más honrada tiene por bara­tos esos dones, desde que ve que se nos confunde con todo el universo: la estimación se funda en alguna preferencia, y estimar a todo el mundo es no estimar a nadie. Pues que os entregáis a esos vicios de la época, no estáis hecho, ¡par­diez!, para ser de los míos; rechazo la amplia generosidad de un corazón que no establece diferencia alguna para el
mérito; yo quiero que se me distinga; y para decirlo claro, el amigo del género humano no es cosa que me convenga.
FILINTO
Pero cuando se anda en sociedad, preciso es cumplir con algunos convencionalismos que exige el uso.
ALCESTE      -
Os digo que no; se debería castigar inexorablemente ese vergonzoso comercio de las apariencias de la amistad. Quiero que seamos hombres, y que en toda circunstancia aparezca en nuestras palabras el fondo de nuestro corazón, que sea él quien hable y que nunca se disfracen nuestros senti­mientos bajo cumplidos vanos.
FILINTO
Hay muchas ocasiones en que la franqueza absoluta resul­taría ridícula y poco al caso; y a menudo, mal que le pese a vuestro austero honor, es bueno ocultar lo que tenemos en el alma. ¿Sería adecuado y decente decir a mil personas todo lo que pensamos de ellas? Y cuando hay alguien que nos desagrada o a quien odiamos, ¿debemos declararle la cosa tal como es?
ALCESTE
Si.
FILINTO
¿Qué? ¿Iríais a decir a la vieja Emilia que a su edad le queda mal hacerse la coqueta, y que los afeites que usa escandalizan a todos?
ALCESTE
Sin duda.
FILINTO
¿A Dorilas que es demasiado importuno, y que no hay oídos en la corte a los que no harte relatando su bravura y el brillo de su linaje?
ALCESTE
Efectivamente.
FILINTO
Os burláis.
ALCESTE
No me burlo, y no voy a perdonar a nadie a ese respecto. Demasiado heridos están mis ojos, y la ciudad y la corte no me ofrecen más que espectáculos buenos para revolverme de bilis; caigo en un humor negro, en un enfado sin límites, cuando veo vivir a los hombres como lo hacen; dondequiera encuentro sólo adulación cobarde, injusticia, intereses, trai-
ción, pillería; no puedo aguantar más, me enfurezco, y es mi propósito desafiar en sus barbas a todo el género humano.
FILINTO
Ese filosófico enfado es un poco demasiado salvaje; ríome de los negros ataques en que os contemplo, y me parece ver en nosotros dos, educados en la misma forma, a esos dos hermanos que pinta La escuela de los maridos, cuyos...
ALCESTE
¡Por Dios! Dejemos ya vuestras insulsas comparaciones.
FILINTO
No, renunciad buenamente a todas esas locuras. El mundo no ha de cambiar por vuestra diligencia; y puesto que la franqueza tiene tantos encantos para vos, os diré franca­mente que esta enfermedad da el espectáculo dondequiera que vais y que tan gran enojo contra las costumbres de la época os pone en ridículo ante mucha gente.
ALCESTE
Tanto mejor, ¡pardiez!, tanto mejor, eso es lo que pido; me resulta muy buena señal y me alegro en grande por ella: todos los hombres me son odiosos a tal punto, que me disgustaría pasar por discreto a sus ojos.
MANTO
¡Vos detestáis la naturaleza humana!
ALCESTE
Sí, he concebido por ella un odio espantoso.
FILINTO
¿Todos los pobres mortales, sin excepción, serán incluidos en este aborrecimiento? Todavía hay algo de bueno en el siglo en que vivimos...
ALCESTE
No: es general, y odio a todos los hombres: a los unos, porque son malos y dañinos, y a los otros, por ser compla­cientes con los malos y no tener para ellos ese odio vigoroso que debe provocar el vicio en las almas virtuosas. Se ve el injusto exceso de esta complacencia a propósito del per­fecto facineroso con el que mantengo pleito: a través de su máscara se ve al traidor plenamente; es conocido como lo que es en todas partes; sus caídas de ojos y su tono dulzón no engañan más que a los que no son de aquí, se sabe que ese palurdo digno de que se le ponga en evidencia se ha deslizado en la sociedad por medio de sucios menesteres, y que su fortuna, revestida por ellos de esplendor, hace
sonrojarse a la virtud y rezongar al mérito. Por más epítetos vergonzosos que se le apliquen dondequiera, su miserable honor no encuentra defensa en nadie; llamadle trapacero, infame y facineroso maldito, todo el mundo conviene en ello y nadie os contradice. Sin embargo, su mueca es bien­venida en todas partes: en todas partes se desliza, se le acoge, se le festeja; y si hay que conseguir un puesto con intrigas, se le ve ganárselo al hombre más honrado. ¡Ira de Dios, es para mí mortal ofensa el ver que se guardan miramientos con el vicio; y a menudo me sobrevienen súbi­tos impulsos de huir a un desierto lejos del contacto de los hombres!
FILINTO
¡Dios mío!, no nos aflijamos tanto por las costumbres de la época, y concedamos algún crédito a la naturaleza humana; no la examinemos de acuerdo con un rigor sin límites, y miremos con alguna indulgencia sus defectos. Es necesaria en una sociedad una virtud tratable; podemos ser reprensibles a fuerza de cordura; la perfecta razón huye de los extremos y quiere que seamos discretos por sobrie­dad. Esa gran rigidez de la virtud de los antiguos tiempos choca demasiado con nuestro siglo y con las costumbres en uso; exige demasiada perfección a los mortales: hay que ceder sin obstinación a la corriente; y es una locura sin igual querer ponerse a corregir el mundo. Como vos, yo observo cada día cien cosas que podrían ir mejor tomando otro curso; pero podrían presentárseme a cada paso, sin que me viera enfurecerme como vos; yo tomo a los hombres como son, buenamente, acostumbro a mi alma a soportar lo que hacen; y creo que, en la ciudad lo mismo que en la corte, mi flema es tan filosófica como vuestra bilis.
ALCESTE
Pero señor mío, mi buen razonador, ¿esa flema no podrá alterarse con nada? ¿Y si ocurre, por casualidad, que un amigo os traicione, que se intrigue para despojaros de vues­tros bienes, que se hagan correr perversos rumores a vues­tra costa, veréis todo ello sin encolerizaros?
FILINTO
Sí, yo miro esos defectos contra los que vuestra alma se subleva, como vicios inherentes a la naturaleza humana; y en fin, no se siente más herido mi espíritu al ver a un
hombre trapacero, injusto, interesado, que al ver cuervos hambrientos de carnicería, monos dañinos o feroces lobos.
ALCESTE
¿Me vería yo traicionar, hacer pedazos, robar, sin que...? ¡Pardiez!, no quiero hablar, tan lleno de despropósitos está ese razonamiento.
FILINTO
¡A fe mía! Haréis bien en guardar silencio, en escanda­lizar un poco menos acerca de vuestro contrario y en ocuparos de vuestro proceso.
ALCESTE
No me ocuparé nada, es cosa dicha.
FILINTO
¿Pero quién queréis entonces que abogue por vos?
ALCESTE
¿Que quién quiero? La razón, la equidad, mi justo de­recho.
FILINTO
¿No visitaréis a ninguno de los jueces?
ALCESTE
No. ¿Mi causa es injusta o dudosa, acaso?
FILINTO
Estoy de acuerdo; pero la intriga es enojosa y...
ALCESTE
No: he resuelto no dar un solo paso. Tengo razón 'o no la tengo.
FILINTO
No os fiéis de ello.
ALCESTE
No he de moverme.
FILINTO
Vuestro contrario es fuerte, y puede con sus influencias arrastrar...
ALCESTE
No importa.
FILINTO
Os equivocaréis.
ALCESTE
Sea. Quiero ver el resultado.
FILINTO
Pero...
ALCESTE
Tendré el placer de perder mi pleito.
FILINTO
Pero, en fin....
ALCESTE
Veré con este pleiteo si los hombres tienen la suficiente desvergüenza, si son suficientemente malos, perversos y mal­vados para hacerme una injusticia ante todo el universo.
FILINTO
¡Qué hombre!
ALCESTE
Aunque me costara mucho, querría perder mi causa por la belleza del hecho.
FILINTO
Alceste, se reirían buenamente de vos, si os oyeran hablar de tal modo.
ALCESTE
Peor para el que riera.
FILINTO
¿Pero esa rectitud que exigís en todo, ese pleno derecho en que os encerráis, lo encontráis aquí en lo que amáis? Por mi parte, me asombro de que estando al parecer tan reñidos vos y el género humano, pese a cuanto os lo puede hacer aborrecible hayáis buscado en él lo que os encanta a los ojos; y lo que me sorprende más todavía es la extraña elección a que vuestro corazón se entrega. La sincera Elianta tiene inclinación por vos, la gazmoña Arsinoe os mira con ojos muy tiernos; y sin embargo vuestra ,alma se niega a sus afanes, mientras que la retiene en sus lazos Celimena, cuya coquetería y maldiciente. espíritu parecen acomodarse tan bien a las costumbres del momento. ¿A qué se debe que, teniéndoles un odio mortal, las soportéis en esta bella? ¿No son ya defectos en tan dulce persona? ¿No los veis? ¿0 los excusáis?
ALCESTE
No, mi amor por esa joven viuda, no me cierra los ojos sobre los defectos que le encuentran, y, pese a la gran pasión que me inspira, soy el primero en notarlos así como-en condenarlos. Pero con todo esto, y por mucho que haga, confieso mi debilidad, tiene el arte de seducirme: vano es que vea sus defectos y vano que los reprenda; se hace amar a despecho de todo; triunfa su gracia; y sin duda mi pasión podrá purgar su alma de los vicios de la época.
FILINTO
Si lo conseguís, no habréis hecho poco. Así, pues, ¿creéis que os ama?
ALCESTE
¡Sí, pardiez! Si no lo creyera no la amaría.
FILINTO
Pero si su amor por vos os resulta indiscutible, ¿a qué se debe la pesadumbre que os causan vuestros rivales?
ALCESTE
Es que un corazón muy enamorado quiere tenerlo todo, y no he venido aquí más que con el propósito de decirle cuanto mi pasión me inspire sobre ese tema.
FILINTO
En cuanto a mí, si no tuviera yo más quehacer que ena­morarme, la prima Elianta ganaría todos mis suspiros; su corazón, que os estima, es sólido y sincero, y esta prefe­rencia, más adecuada, os convendría más.
ALCESTE
Es cierto: mi razón me lo dice diariamente; pero no es la razón la qué gobierna el amor.
FILINTO
Temo mucho por vuestro amor, y la esperanza en que vivís podría...»

(A tradução vai em espanhol para poder ser compreendida pela maioria dos jogadores, dirigentes e empresários do Benfica)

3 comentários:

Vai ao Estádio, larga a internet.